Hoy en la Javeriana: La gran ‘paradoja’ de la Navidad - Hoy en la Javeriana
La gran ‘paradoja’ de la Navidad
Luis Fernando Múnera Congote S.J.
El final del año llega con la Navidad, ese periodo especial en el que los niños y la familia tienen un lugar especial, un tiempo donde volvemos a tradiciones que hemos aprendido y nos dan pie pare encontrarnos y celebrar. Entre nosotros es tiempo de luces, de natilla y buñuelos, de novenas y villancicos. Es un tiempo especial, mágico y poético, que nos permite también cerrar el ciclo del año que pasó y abrirnos a la novedad de la vida, de lo nuevo.
Ahora bien, este es el tiempo de la espera, del adviento, que apunta a un acontecimiento en particular, una conmemoración asociada a la Nochebuena que, en el caso de los creyentes, supera el simple recuerdo del acontecimiento que dividió en dos la historia de la humanidad. Celebrando Navidad, le pedimos a Dios que venga a nosotros y con el pesebre le preparamos un lugar en nuestra casa.
En Belén de Judá, territorio que lamentablemente desde hace un par de meses se encuentra sometido de manera inmisericorde a la violencia y la destrucción que traen las guerras, en esa pequeña población aconteció el misterio de un Dios que se ha apasionado por la humanidad: allí nació el Hijo de Dios que se hizo hombre y fue llamado Jesús.
Para unos ojos desprevenidos, lo que sucedió no revestía en principio nada extraordinario porque todos los días, a lo largo y ancho del planeta, nacen muchos bebés y son recibidos en sus hogares. En el caso de María y José, los padres de Jesús, que habían tenido que desplazarse lejos de su lugar de residencia, fue mayor la incertidumbre que de ordinario acompaña un momento como ese, puesto que solamente lograron a última hora llegar hasta un pesebre y encontrar allí albergue, aunque no contara con muchas comodidades.
Gracias a la narración del Evangelio sabemos lo que ocurrió entonces: unos cuantos pastores que se hallaban en ese entorno cuidando sus ovejas fueron alertados por voces del cielo que les anunciaron UNA BUENA NOTICIA: “Hoy les ha nacido UN SALVADOR”. ¿Cuál fue la ‘señal’ que se les dio para que pudieran ubicar a ese niño llamado a ser nada menos que ‘su salvador’? El mensaje fue claro y a la vez sorprendente: “encontrarán al niño envuelto en pañales y acostado en un establo”. Luego escucharon cánticos: “¡Gloria a Dios en las alturas!” (Lc 2: 11-14).
Contrasta la grandeza del anuncio recibido, referido a la realización del sueño que de tiempo atrás había echado raíces en todo un pueblo, con la sencillez del signo, porque la esperada salvación quedaba confiada a las manos de ese niño acabado de nacer, que se hallaba “envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, en la mayor austeridad. Como cualquier bebé, esa criatura, el ‘salvador’, era frágil, necesitaba ser cuidado y por lo tanto carecía de ese poder que a los ojos del mundo era indispensable para su misión.
Esta es la gran paradoja de la Navidad que nos recuerda la trascendencia que pueden tener las pequeñas cosas: cada uno de nosotros, a través de gestos y palabras hechos con amor, se une a este misterio de salvación. Esto cobra especial importancia en un mundo que dominan los poderosos, ya sea porque cuentan con descomunales recursos económicos o con un armamento impresionante o porque son dueños de influyentes medios de comunicación o de reconocidos emporios tecnológicos; en fin, porque parecería que tienen la capacidad de influir en el curso de los acontecimientos y la suerte de todo un país, de una región o del mundo en general. Ese poder es una tentación, despierta pasiones y ambiciones desordenadas y muchas veces conduce a la violencia y a las guerras.
Ese no fue el tipo de poder que poseía el Hijo de Dios que se hizo hombre lejos de palacios y tronos, de ejércitos y tesoros, que vino “a servir y no para ser servido y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28), que dejó entre nosotros la huella profunda de su amor, desde la sencillez y la humildad.
Sobre lo que le da el auténtico sentido a una celebración que es muy notoria en todos los rincones del mundo. Bien vale la pena que hagamos un alto en nuestro camino y que pensemos en estas cosas que son las que verdaderamente nos hacen crecer en humanidad, fortalecen nuestra esperanza y nos permiten acoger la vida que llega.